Playas, lagos, minas de cobre, caballos de madera y ropa interior con estampado de leopardo

La primavera flota en el aire. Es como si todo el país estuviera en plena floración. Ya sean tulipanes, lilas, magnolias, flores de cerezo, madreselvas o lo que sea todas las flores despliegan profusamente sus colores. Las temperaturas medias son de 25 C y el cielo raramente pierde su brillo. Aún así tenemos la impresión de que una parte del país está aún en época de cierre invernal o justamente empezando a salir del letargo de los meses fríos. Conducimos a través de multitud de pueblos o poblachos que se ven a la vez inmaculados, bonitos y abandonados. Desiertos. Las calles están vacías, los cafés (muy escasos ya de por sí) cerrados, los puestos de pescado olvidados, las heladerías y tiendas cerradas, las bicicletas de alquiler (si es que hay) polvorientas.

Y eso que de acuerdo con nuestra guía Lonely Planet, estamos en algunos de los puntos más turísticos del país, así que seguramente en algunas semanas, cuando empiece oficialmente el verano, la vida se inyectará en estos pueblos minúsculos, como las flores en primavera. Por ahora hacemos lo que podemos con nuestra soledad. Christian incluso se aventura a hacer amistad con vacas y caballos.

Uno de esos lugares es la isla Gotland, que en cualquier caso, tiene una costa preciosa con playas de arena o de guijarros. Algunas de ellas con impresionantes formaciones rocosas, que te hacen desear ser geóloga para saber cómo se formaron. Si fueron las manos mágicas del tiempo y la erosión o si fue de otra manera. Las playas normalmente se abotonan a la tierra firme con tiras de bosques de coníferas, algunas de ellas salpicadas con estupendas casas tradicionales rodeadas de jardines. Parece como un paraíso infantil estival, un lugar bonito y feliz, ideal para jugar al escondite con tus amigos, construir casas en las ramas de los árboles, ir en bici hasta la tienda de golosinas o descubrir los misterios de los bosques y el mar durante los largos días de verano. El mar Báltico, que parece más caliente de lo que en realidad es si metes los pies. El interior de la isla está cubierto por una suntuosa alfombra de árboles, bien sea en forma de bosques de coníferas o hayas o abedules.

Las puestas de sol siguen siendo espectaculares. En algunos casos se funden con el mar en delicados tonos de rosa y plata y es difícil distinguir el horizonte.

Así es el humor del cielo cuando llegamos a Visby. Ciudad medieval y capital de la isla, donde encontramos a un puñado de gente paseando por sus calles empedradas. Allí cenamos en un restaurante de pescado llamado Bakfickan y es hasta ahora nuestra mejor cena en Suecia, preparada con amor y atención.

El otro lugar es la región alrededor del lago Siljan, que es un oasis de paz, por lo menos en esta época del año. Decorado perfecto par meditar o simplemente contemplar atardeceres tranquilos. Como tranquilos son los pueblecitos que lo rodean, la mayoría con las casas pintadas del tradicional rojo Falun. También hay bosques, montones de bosques. 

Tenemos un encuentro íntimo con una de las lugareñas en nuestro deambular por uno de esos pueblos. Debe rondar los sesenta y varios años y tiene el pelo como imagino a Dolly Parton saliendo de la cama, lleva puestos un top de tirantes de color caqui, unas bragas con estampado de leopardo (como las de Bridget Jones corriendo por la nieve) y unos zuecos. Y ya está. Aparentemente ha salido a coger el correo del buzón que hay al otro lado de la calle. Feliz y orgullosa nos invita a hacer fotos de sus coches antiguos y de la vieja gasolinera que hay en una esquina de su jardín.

Divertidos y sorprendidos por el encuentro a partes iguales continuamos conduciendo por la región hasta que llegamos a Nusnäs, un pequeño pueblo que se dedica mayormente a pintar los famosos caballos de madera pintados de Dala.

No queremos abandonar la región sin visitar la mina de cobre que es el origen del color rojo que cubre la mayoría de las casas en todo el país. Está situada en Falun. Tal como vamos bajando por las tripas rocosas de la mina, por escaleras de madera húmedas y oscuras, la guía nos va explicando cuáles eran las condiciones de trabajo de los mineros en los siglos XVII y XVIII. Salimos de la mina más humildes, con una mezcla de admiración, respeto y alivio.