La Princesa del Báltico

Embarcamos en el ferry que nos ha de llevar a Finlandia, dejamos a Polaris aparcada en la bodega, junto a un montón de trailers, y cogemos el ascensor hasta el séptimo piso. Cuando alcanzamos el nivel y las puertas se abren, los brillos del lugar nos dejan desorientados por un momento. Claramente nuestras botas y ropas de montaña están totalmente fuera de lugar en este barco decorado con un estilo que bautizo con el nombre de elegante-hortera. Hay cinco o seis restaurantes, dos bares con música en directo, un bar con un piano y una discoteca con terraza. Supongo que será suficiente para entretener a todos los pasajeros durante las más de cinco horas que dura el viaje. Nosotros, como nos hemos marcado un presupuesto y no estamos vestidos para la ocasión, tomamos asiento, nos comemos los bocadillos que nos hemos preparado en el parking mientras esperábamos para embarcar y aprovechamos del WIFI gratuito que ofrecen para trabajar en el próximo artículo del blog. No nos sorprende que este mega barco se llame Princesa del Báltico.

El capitán maniobra con pericia entre centenares de islas e islotes y llegamos a media tarde a Turku, en la costa finlandesa. Encontramos un lugar para aparcar a pasar la noche junto al río y allí brevemente conocemos a una pareja de finlandeses que también se disponen a pasar la noche allí. Nos dan la bienvenida a Finlandia, nos recomiendan un supermercado que no está muy lejos de nosotros y nos indican como llegar al centro.

La ciudad está bastante animada, tiene un montón de bares y restaurantes en barcos, flotando a lo largo del río. El area de la catedral es tranquila y está cargada de historia. Hay también un castillo que data del siglo XIII, pero los horarios de apertura no coinciden con los nuestros, así que al día siguiente salimos con dirección al norte.

La antigua ciudad de Rauma está listada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se lo merece. El centro es uno de esos sitios donde parecería que el tiempo se paró hace un par de siglos, de no ser por el enjambre de coches circulando por doquier e intentando aparcar en la plaza del mercado. Tal vez hay tanta actividad porque es sábado, o a lo mejor es así cada día, mostrando la tensión de épocas diferentes que convergen en un mismo espacio. Sin embargo, arquitectónicamente, las clásicas casas de madera del siglo XVIII se mantienen felices y llenas de color, desafiando al tiempo y a las modas, ancladas en calles empedradas.

Desde allí vamos a una ciudad al otro lado del espectro arquitectónico, que seguramente no estaría en el mapa si Alvar Aalto no hubiera diseñado todo su centro a mediados del siglo XX. Queda un poco a trasmano, pero como Aalto es un nombre de referencia de la arquitectura del siglo pasado, la curiosidad vence a la pereza de tener que desviarnos un poco. El nombre de la ciudad es Seinajoki y al llegar nos cuesta encontrar traza alguna de arquitectura interesante o una oficina de turismo que nos de alguna información. Con el alma en los pies vamos arriba y abajo por un par de calles hasta que el siempre versátil Google maps nos echa un cable. Felizmente encontramos la famosa iglesia, la vicaría, la biblioteca, el ayuntamiento, el teatro y el edificio de oficinas diseñados por Aalto. Todos inmaculadamente blancos, excepto el ayuntamiento, que es azul y que está siendo renovado. Como es domingo todos los edificios están cerrados, así que no conseguimos entrar. Afortunadamente nos damos cuenta de que la puerta de la torre de la iglesia está abierta y aunque el ascensor no funciona, nos atrevemos con los 18 pisos de la torre oscura hasta que llegamos arriba, faltos de respiración, pero preparados para disfrutar de las vistas.

Haciendo balance decidimos que nos gusta el centro de la ciudad, pero no nos apasiona. Tal vez es porque no entendemos lo que esos edificios significaron en el tiempo en que fueron construidos, cómo de innovadores o revolucionarios fueron. En realidad descubrimos con algo de desmayo que nuestro edificio favorito es la nueva biblioteca, que no fue diseñada por Aalto, si no por un gabinete de arquitectos llamado JKMM y que no fue construida a mediados del siglo pasado, si no en el 2013. ¿Qué se le va a hacer?

Es tiempo de volver al lado salvaje, así que cogemos la ruta 66 y, cruzando bosques de pinos y lagos, llegamos a Ruovesi, que es un pequeño pueblo junto a un lago. Tratamos de luchar contra el viento imparable y vamos a dar un paseo por el puerto, pero es viento nos gana y pronto nos rendimos y nos dirigimos al cercano Parque Nacional de Helvetinjarvi, pensando que la masa de árboles frenará un poco el viento y lo hará un poco más llevadero. Afortunadamente así es, y tomamos la oportunidad de caminar por uno de los senderos que cruzan el bosque espeso y unas pequeñas marismas tranquilas, hasta llegar a un lago. Al lado de la orilla hay una pequeña cabaña con un fuego a tierra, para que los caminantes puedan pasar la noche o calentarse cuando el tiempo sea verdaderamente inclemente. El fuego está encendido  y hay un grupo de gente que parece estar ahumando pescado.

Como Polaris está esperando por nosotros para darnos refugio en la otra punta del sendero, junto al centro de información, cogemos el camino de vuelta u pasamos una noche tranquila acampados en el bosque.

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Anybody seen the Toilet??? – Helvetinjarvi National Park

A continuación siguen un puñado de pueblos y ciudades, unos más memorables que otros. Probablemente uno de los menos memorables será Tampere, quizás porque hacía mucho viento o quizás porque nos enfadamos nada más llegar, por el sistema de parking, o quién sabe porqué. 

También en está categoría está probablemente Hameenlina, a pesar de que está a la orilla de un lago y que tiene un castillo.

Subiendo en la escala de memorabilidad está Iitala, que visitamos dado que la mayoría de nuestros vasos y porcelana vienen de allí y llevan la marca del pueblo. Nos las apañamos para visitar la fábrica de vidrio donde vemos como algunos de nuestros vasos se hacen realidad y también a manos de quién. Es especial.

Aunque el tiempo es un pelín asquerosillo, también nos gusta Hanko, en la costa. Tiene una playa bonita y montones de mansiones de hace un par de siglos cuando pudientes rusos acostumbraban a pasar sus vacaciones allí.

En la cima de la memorabilidad está Fiskars, que también le da nombre a la famosa marca de tijeras, cuchillos, etc. Aparte de eso es encantador, asentado a las orillas de un pequeño río que ondula a través de la sombra de los árboles que se alinean en sus orillas. A ambos lados, las laderas del río están salpicadas de viejas casas de ladrillo o de madera, donde aún hay talleres de artesanos, tiendas de artesanía o bonitos cafés. Y lo mejor es que aparcamos en el centro del pueblo, al lado de la oficina de información y con WIFI gratis, y pasamos allí una noche la mar de tranquila.