Perdidos en el país del vino

Sucedió en los alrededores de Saint-Emilion, llegamos en una tarde de tormenta y buscamos refugio en las viñas de Arnaud de Jacquemeau. Dominque, el vinatero actual, nos deja amablemente aparcar Polaris en su propiedad, justo cuando la lluvia empieza a caer intensamente.

La lluvia torrencial no impidió que su padre llamara a la puerta de nuestra autocaravana un par de horas más tarde y, protegido por un paraguas, nos invitara amablemente a una cata de vinos. Encantados nos envolvemos en Goretex y nos unimos a él a la entrada de la bodega. Las dos horas que siguen son puro entretenimiento, diversión, aprendizaje y por supuesto, vino. Este Chateau está denominado como Agricultura Biológica y el abuelo nos explica las técnicas y procesos clave para el cultivo. Aprendemos por ejemplo que plantan cereales entre las hileras de viñas, para aumentar la aireación del suelo, y que plantan rosales al principio de cada hilera de viñas porque ayudan con la detección de los hongos más perjudiciales para las viñas. También nos explica los pasos fundamentales para la producción de vino, las diferentes categorías de la región, y nos enseña la bodega con los preciosos barriles de roble.

Cuando empezamos la cata de vinos, ya nos sentimos un poco más sabios, pero la diversión sólo acaba de empezar. Nos desplazamos a una habitación pequeña, fresca y oscura en la bodega. Aunque tanto Christian como yo, hemos participado en unas cuantas catas de vino en el pasado, ésta es mucho más. Más colorida, más detallada, más íntima, hecha con más amor. Aprendemos cuándo y cómo respirar, como mover en líquido dentro de la boca, cómo sostener el vaso, como mirar al vino a través de la luz de una vela.

Toda la experiencia cobra vida a manos del mismo hombre que ha pasado su vida cultivando las viñas que rodean a la bodega. Unas manos curtidas. Muy especial.

Post 25-6

Al día siguiente, cuando para de llover, nos amarramos los zapatos, determinados a descubrir el área a pie, para encontrarnos cara a cara con los viñedos, las extensiones enormes de gloriosos viñedos, con la tierra, con las pequeñas carreteras solitarias que cruzan los campos, los pequeños chateaus donde todo pasa realmente. La magia del vino.

Nuestro divagar nos lleva al pueblo de Saint-Emilion. La historia dice que los Romanos fueron los primeros en plantar viñas aquí, en el siglo II DC, y que en el siglo VIII, un monje llamado Emilion se asentó aquí, transformando el pueblo en un lugar de peregrinaje y oración. Fue entonces que los monjes empezaron a producir el vino comercialmente. El pueblo tiene el color de la tierra y la sabiduría de quien ha vivido muchos episodios de la historia. Su encanto no se puede discutir, pero está un poco ofuscado por las masas de gente que van por doquier catando, vendiendo y comprando. Es un cruce de caminos entre el amor y el dinero.

Y entonces está la belleza de los campos al amanecer o al atardecer.

Bordeaux tampoco nos decepciona. Elegante, con una especie de aire Mediterráneo, pero esencialmente francés. Monumental, extendiéndose orgulloso por las orillas del río y por detrás.

Tiene una catedral verdaderamente enorme, que es difícil de entender y que habría que reflexionar bastante para admirarla. Pequeños y grandes cafés llenan las calles con sus típicas terrazas, compartiendo el espacio con tiendas cargadas de estilo. Ah, y la feria está en la ciudad.

Una especie de fuente de vapor pone una nota entretenida al final de nuestra visita a la ciudad.

Más al sur encontramos Biarritz, que habiendo sido el lugar de vacaciones de gran parte de las monarquías y aristocracia europeas a finales del siglo XIX y principios del XX, tiene una dosis considerable de glamour, reflejada en la arquitectura de sus hoteles, restaurantes, mansiones y el casino, directamente en frente de la Playa Grande. Pero la ciudad no se durmió en sus laureles y la arquitectura moderna también ha encontrado su lugar aquí.

Es una interesante mezcla de viejo y nuevo, no solo en la arquitectura, también en la gente. Mientras que los más mayores caminan por los paseos marítimos, los más jóvenes se meten al agua para hacer surf en la playa. Parece que éste fue el primer lugar de Europa donde se practicó surf, por allá en los años 50. Hoy en día parece ser la capital del surf en el continente.

Nuestra última parada en Francia por ahora es Espelette, un pequeño pueblo en los Pirineos, que es famoso por la producción de los pimientos de espelete, que son un condimento fundamental en la cocina tradicional vasca. Los pimientos cuelgan en las paredes de las casas para secarse al sol y al aire y parece que toda la actividad económica del pueblo gira entorno a los pimientos. Ya sea cultivándolos, vendiéndolos o inventando souvenirs inimaginables, siempre con el tema de los pimientos de fondo.