Después de nuestra gran aventura en Marruecos, cruzamos el estrecho de Gibraltar de vuelta a nuestra querida Tarifa. Tenemos una pequeña fiesta de despedida de Sonny y Yael, que se van de vuelta a Holanda. El rico guacamole de Sonny, junto con otras tapas y cantidades generosas de vino hacen nuestra última partida de Monopoly juntos mucho más interesante y, en un momento dando tanto los billetes como el tablero se bañan en vino tinto. Sí, tengo que decir que he sido yo. Se nos olvida hacer fotos de la velada, así que de momento tendrá que valer con las palabras. Tarifa es nuestra casa durante los próximos días, ya que tenemos que cambiar nuestros neumáticos delanteros, así que nos relajamos y disfrutamos del bonito pueblo y sus restaurantes. Cabe destacar Taberna La Morena (http://tabernalamorena.com) donde probamos una pequeña colección de platos de sabor enorme y francamente inolvidables, como las alcachofas con chipironcitos y huevos escalfados o el pez mantequilla con mojo picón de mango y couscous. ¡Impresionates!
Con nuestras ruedas nuevas ponemos dirección oeste e intentamos, sin éxito, visitar el Parque Nacional de Doñana. Tras haber tenido la fortuna de visitar parques nacionales en cinco continentes diferentes, puedo decir que éste es el más inaccesible y más difícil de visitar. ¡Una pena! Para curar nuestra frustración, seguimos el consejo de los Village People y continuamos en dirección oeste. Pronto entramos a Portugal y llegamos al Cancela Velha, un pueblo tan chiquitín como bonito, con calles empedradas, casas blancas y estupendas vistas al mar.
Life is peaceful there (Go West) / In the open air (Go West) / Where the skies are blue (Go West) / This is what we’re gonna do (Go West) / We will love the beach (Go West)
Go West (Dirección Oeste) – Village People
Los Village People prueban tener razón de nuevo cuando llegamos a Praia Marinha, el comienzo del sendero de los 7 valles. Las vistas son impresionantes. La combinación de colores embelesadora, con los tonos cálidos ocres de los acantilados hundiéndose en el frescor turquesa y azul del océano. El aire a los largo del sendero está aromatizado con los perfumes del tomillo, los pinos y el enebro. Las gaviotas blancas hacen nidos en las rocas.
Alcanzamos el Cabo San Vicente, punto más al sudoeste del continente europeo. El viento sopla con fuerza, el mar está encrespado y las vistas son espectaculares. Un faro, como la guinda que corona un pastel magnífico, adorna el filo de los acantilados y guía a los marineros con su luz redentora. Una vez más la naturaleza nos sorprende en esta esquina rocosa y ventosa del mundo, co su vegetación baja abrazada fuertemente al suelo, alfombrando este lugar tan poco hospitalario.
Bordeanto el salvaje litoral occidental portugués llegamos a Porto Covo, donde las olas inmensas rocían el atardecer con delirios salados.
Volver a Lisboa es como un bálsamo para el corazón. Sus múltiples colinas con como una penitencia para redimir tus pecados, los viejos tranvías como la banda sonora del tiempo, sus restaurantes como probar el cielo, sus azulejos como los colores de la imaginación, sus miradores como ventanas a su anatomía seductora, sus gentes las almas más hospitalarias.
Lo que nos sorprende un poco es que al llegar a la ciudad nos encontramos un despliegue de las fuerzas armadas, de tierra mar y aire, cuerpo de caballería y orquesta firmes frente a una alfombra roja. Por un segundo nos preguntamos si realmente se han esforzado tanto para darnos la bienvenida. Es verdad que nos encanta la ciudad, pero esperábamos pasar de incógnito y esto es un poco demasiado… Entonces lo vemos, El Presidente, Marcelo Nuno Duarte Rebelo de Sousa, ha preparado esta recepción para el presidente peruano, que está en la ciudad. Pero al desfilar nos lanzan una mirada y se diría que están muy contentos de vernos.
Sin una cicatriz de desencanto seguimos nuestro camino a través de la ciudad y una vez más admiramos sus fachadas cubiertas de azulejos o pintadas de colores.
Admiramos su silueta meridional enmarcada por el río.
Nos enamoramos de nuevo de los viejos tranvías amarillos.
Disfrutamos las cálidas luces de la ciudad cuando cae la noche.
Vamos de excursión a los pueblos costeros de los alrededores, incluyendo otro punto geográfico significativo, el punto más occidental del continente, el Cabo da Roca, donde disfrutamos de una puesta de sol magnífica con nuestros viejos amigos Alfredo, Cristina y su hija Teresa, que antes nos habían recibido en su casa con una comida impresionante.
También pasamos unos ratos cortos, pero memorables con mi amigo Carlos, al que conocí hace 20 años y también con Vera y José, a los que hemos conocido más recientemente, pero que son también muy majos.