Carambola a tres bandas

Nápoles es a la vez caos y maravilla. No es una ciudad fácil y para apreciarla hay que ir sin espíritu crítico. Hay partes de la ciudad vieja que se desmoronan como La Habana, pero sin el aval del Caribe, es decadente como Lisboa, pero sin sus azulejos de colores y su encanto, algunas esquinas tienen la mugre del viejo Deli, pero no su exotismo. ¿Entonces qué es lo que hace especial a esta ciudad? La respuesta se encuentra en su autenticidad, un orgullo fenomenal, que no tiene ni gota de arrogancia. La valentía de presentarse tal como se es, sin hacer concesiones al turismo o al qué dirán.

Sus habitantes parecen tener una fe ostentosa que resulta en iglesias recargadas y bodas suntuosas. Lo sabemos porque asistimos a 2 ceremonias en una tarde, mientras estamos sentados en la iglesia, intentando escapar del calor. Mientras vemos llegar a los invitados, nos preguntamos si está a punto de empezar el Festival de Eurovisión, tal es el relumbrón de sus ropas, y aún a día de hoy no sabemos por qué los hombres no llevan calcetines. Lo que sí sabemos es que todo el mundo es muy amigable y a nadie le molesta que estemos allí. Incluso el párroco tiene unas palabras para nosotros, invitándonos a asistir a la ceremonia, si lo deseamos.

Aparte de todo lo demás, las calles de la ciudad vieja, son un paraíso para la fotografía. Una ajetreada mezcla de gente, grafitis, viejas librerías, recuerdos de los años dorados, vespas y cualquier cosa que se te ocurra.

La comida es uno de los capítulos más sorprendentes de la ciudad. Montones de sabor y variedad y una cantidad increíble de pasión.

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Roma es divina y mundana en proporciones iguales, eterna y contemporánea, caótica y elegante. Hace tanto calor que tenemos la sensación de estar andando por una sartén, pero eso no detiene a los miles de visitantes de explorar cada esquina. Gente de todos los continentes y todas las edades se mezclan en esta ciudad imposiblemente monumental, haciendo fotos, comiendo helado, o contemplando su rico legado cultural con admiración.

Hay un montón de maravillas acumuladas. Por ejemplo, no puedes evitar mirar a la cantidad de estatuas que adornan el aire con orgullo.

Y las iglesias, taaantas iglesias, de tantos periodos históricos diferentes, que necesitaríamos semanas para explorarlas todas. Muchas dan cobijo a tesoros artísticos que nacieron de la mano de Miguel Angel, Boticceli, Caravaggio, y muchos maestros más.

Por supuesto la obra maestra por excelencia es la Capilla Sistina. La primera vez que la vi, hace muchos años, me impresionó sobremanera. Como estamos en Roma para mi cumpleaños, Christian me regaló la visita. La capilla sigue siendo impresionante y los Museos Vaticanos igualmente fascinantes. Ningún otro museo que yo haya visitado reúne la historia de la humanidad de manera tan completa, desde el principio de la civilización hasta ahora. Increíble. Lo que es indignante son las casi dos horas de cola, bajo un sol de justicia, que gente de todas las edades tiene que soportar para entrar al museo. Eso es a no ser que seas uno de los afortunados que consiguió comprar entradas on line a un precio superior que permiten saltarte la cola, o te rindas a uno de los vendedores ambulantes que caminan la cola de arriba abajo, mientras tu sudas como un pollo, ofreciendo entradas sin cola a precios astronómicos.

La Basílica de San Pedro, continua siendo un icono que atrae peregrinos y visitantes de todos los rincones del mundo. El fasto y la abundancia del interior resultan un poco desconcertantes para un lugar de recogimiento y oración. El exterior es sereno, pero magnífico, grandioso, rico en columnas y estatuas, que se erige junto a la orilla oeste del río Tiber, desde el Renacimiento.

En el capítulo de las iglesias, creo la más impresionante es el Panteón. Probablemente porque fue construida en la época de los Romanos, lo que significa que tiene casi 2000 años de edad y se conserva estupendamente. El centro es una cúpula de hormigón con una abertura en el centro (el oculus). Aún hoy es la estructura de hormigón sin refuerzos jamás construida. Su altura y su diámetro son exactamente los mismos, 43 metros.

Roma exuda iconos. Seguramente la Plaza Navona, la Plaza de España o la Fontana de Trevi le suenan a todo el mundo, seguramente porque han sido protagonistas de varias películas clásicas. Y después están la Plaza del Popolo, con su elegante obelisco, y la Plaza Venecia, que encuentro innecesariamente rimbombante, pero a Christian parece gustarle.

Seguramente el icono de iconos es el Coliseum, que no necesita introducción. Simplemente lo contemplamos al atardecer, maravillados y humildes.

Es verdad que hacía demasiado calor, que el sistema de autobús es tristemente irregular y frustrante, que hay muchísimos turistas, pero nadie puede negar que Roma es eterna.

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En nuestra ruta hacia el Norte hacemos una breve parada en Viareggio, donde nos encontramos con nuestros amigos Ingrid y Gaetano y pasamos unas horas charlando y cenando en la playa.

Desde aquí las Cinque Terre están a tiro de piedra. Son una serie de cinco diminutos pueblos costeros, con pintorescas casitas de colores que se abrazan alrededor de los empinados acantilados de la costa. Son Monterosso al Mare, Vernazza, Corniglia, Manarola, and Riomaggiore.

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Algunos también tiene puertos diminutos con barquitos de pesca que disfrutan anclados las notas doradas del atardecer.

Los pueblos también están unidos por senderos que siguen los contornos de la costa por la cima de los acantilados. Desafortunadamente el sendero principal, el Sentiero Azzurro, tiene muchas secciones cerradas por erosión y deterioro, pero aún así conseguimos andar un trozo y encontramos otros senderos que van de un pueblo a otro y que, aunque son un poco duros por el calor que hace, tienen vistas increíbles y valen la pena.